¿Qué es el diaconado permanente?

Diácono Luis Fernando Palacios Lequizamón

El diácono es la Imagen de Cristo que se abaja como signo del siervo que está a disposición y al servicio del otro, como se muestra en la imagen que observamos en el Evangelio según San Juan 13, 3-15 en el contexto de la cena pascual, los cuales me permito citar: “… sabiendo Jesús que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en una jofaina y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido…  Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros…” 

El ministerio del diaconado se desarrolla en los albores de la cristiandad, como lo podemos constatar en la lectura del libro de los hechos de los apóstoles en los capítulos sexto al octavo (6-8) en donde el colegio apostólico impone las manos (como signo sacramental) a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y sabiduría, para colocarlos al servicio de los gentiles convertidos al cristianismo y al servicio de las viudas y los necesitados de estas comunidades. El mismo texto bíblico resalta de este seleccionado grupo a Esteban y a Felipe en su acción apostólica y de caridad. Pero también, a lo largo de la historia de la Iglesia encontramos la vida y obras de diáconos que ofrendaron su vida a través del martirio, como San Lorenzo, cuya fiesta celebramos el diez (10) de Agosto (a quien se le dedicó nuestro seminario) Otros que por iluminación del Espíritu Santo compartieron su sabiduría, enriqueciendo la doctrina de la Iglesia como lo es San Efrén Diácono y doctor de la Iglesia, y existen otros tantos que han sobresalido, no por el querer de ellos, sino que la Iglesia misma los exaltó por su testimonio y coherencia de vida.

El diácono es la imagen de Cristo siervo, que implica para todos los que asumimos este ministerio una gran bendición de Dios, pues somos sus ministros siervos. Pero a la vez una responsabilidad que nos llama a ser coherentes en nuestro quehacer como diáconos, en las tres dimensiones en que nos desempeñamos: la primera la predicación de la Palabra, no solo proclamando el Evangelio, sino viviéndolo para luego predicarlo, pues debemos conocer a Cristo en su Palabra, las Sagradas Escrituras; la segunda dimensión el servicio, entregándonos incondicionalmente al prójimo que más necesita de conocer al Dios vivo en medio de nosotros, por ello también estamos llamados a bendecir y dirigir espiritualmente al pueblo de Dios; y la tercera, la dimensión de la liturgia, sirviendo en el altar como ministros, pues ciertamente servimos preparando el cáliz y levantándolo al momento de la doxología; pero ante todo, el diácono permanente, debe dar testimonio primero en el hogar pues somos primeramente hombres casados que hemos constituido una familia.

El Sacramento del orden en el tercer grado como lo es el diaconado, es toda una vocación de servicio, una opción de vida, una entrega a Cristo siervo para cuidar de su grey.  La Constitución dogmática “Lumen Gentium” resalta a los ministros de Dios como la jerarquía misma de nuestra Iglesia Católica cuando en su numeral 20 manifiesta que:  “Los obispos, junto con los presbíteros y diáconos, recibieron el ministerio de la comunidad, presidiendo en nombre de Dios la grey de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros dotados de autoridad.”